Diarios de Activismo: Mi historia, la de millones

En su libro Becoming, Michelle Obama hace referencia a un momento en su adolescencia que recuerda vívidamente: cuando decidió aplicar a la Universidad de Princeton. Aún en el colegio, asiste a una consejera universitaria de su escuela, quien le dice que no estaba segura de que ella fuera “material para Princeton”. A pesar de esto, Michelle no baja sus ánimos y aplica igual, menciona particularmente una frase muy poderosa: “Nunca pensé que ingresar a la universidad sería fácil, pero estaba aprendiendo a centrarme y tener fe en mi propia historia”.

“Fe en mi propia historia” creo que sólo esa frase resume cómo inició mi camino de activismo. Aprendiendo a confiar en mi historia, en mi voz, entender la importancia de alzarla, de hablar alto y de contar la historia de mi familia. Pero una cosa es entender el poder de tu voz y de tu historia, y otra muy distinta es saber que esa historia es la historia de muchos, de millones. Este es el relato del día que entendí que mi historia no era sólo mía, sino que era la de millones y que cada vez que alzaba mi voz estaba visibilizando y representando la desigualdad que atravesó mi familia, pero también la desigualdad que vivieron millones.

El año pasado fui invitada a las Naciones Unidas para la Cumbre sobre la Transformación de la Educación. El segundo día me tocaba hablar en la apertura junto con un Ministro de Educación muy importante, ya sabía que preguntas debía responder, la primera hacía alusión a mis conclusiones sobre el primer día y la segunda a qué era necesario hacer para mantener el momentum y lograr transformaciones reales luego de que la Cumbre finalizara. El día anterior preparé mis respuestas, la primera ya la había pensado pero la segunda no del todo. Sabía que quería decir pero no tenía muy claro cómo finalizar mi intervención. Lo único que tenía claro es que quería hablar de la historia de mi familia.

Toda la experiencia hasta ese momento había sido muy movilizadora, mi primer viaje a Estados Unidos, ser invitada a las Naciones Unidas, el primer día haber entregado la Declaración de Juventud al Secretario General. Todo era mucho para asimilar. Ser invitada a las Naciones Unidas por mi activismo, viajar a un lugar al que mi familia nunca viajó, y sentir que había llegado tan lejos, desde Salta, Argentina, hasta las Naciones Unidas. Todavía cuesta mucho terminar de asimilarlo. Sentía una mezcla de emociones juntas: emoción, felicidad pero sobre todo muchísima gratitud.

También era muy consciente del privilegio de estar ahí, es por eso que estaba decidida a hablar de la historia de mi familia, para que eso que les pasó a mis abuelos hace más de 80 años no sea olvidado y para hacer énfasis en la importancia de asegurar que todos podamos acceder a la educación, no sólo quienes tienen los recursos. En mi intervención remarqué la importancia de que para crear cambios reales era necesario recordar por qué empezamos, cuál es la razón que nos moviliza, y que nos llevó a dedicar nuestras vidas a que la educación sea verdaderamente un derecho. Sólo teniendo eso presente en cada momento es que lograríamos grandes cambios, solamente dejando que eso sea lo que guíe nuestras acciones y dejar todo en la cancha, todo de nosotros, para que todos podamos acceder a una educación de calidad.

En mi intervención también me emocioné mucho al hablar de mi historia, se me quebró la voz y lloré un poco. No importa cuantas veces repita la historia de mi familia, siempre me moviliza mucho, me traspasa. En ese momento esperé que, aún con mi voz entrecortada, todos pudieran entender lo que estaba diciendo. Lo importante era decirlo, ahí, en uno de los escenarios más grandes del mundo.

Lo imposible de anticipar, lo que nunca me esperé es lo que pasó después de mi intervención. Luego de que mi panel finalizara tuve que irme rápido a hacer un trámite fuera del edificio de la ONU por lo que no pude quedarme hasta el final de la apertura del segundo día. Cuando regresé al edificio y durante todo ese día y el día siguiente, muchas personas que nunca había visto en mi vida se acercaron a felicitarme por mi intervención. Me decían gracias por contar mi historia porque era su historia también, de su vida, la historia de su familia. Me contaban también por qué la desigualdad había marcado la vida de su familia, la suya y cómo la educación había logrado romper esa desigualdad, romper ese círculo, cómo la educación les había abierto un abanico de posibilidades y la oportunidad de estar ahí conmigo, en esa Cumbre.

Creo que fueron más de diez personas de todas partes del mundo -no sólo de América Latina- personas de Asia, África y Europa identificados con mi historia. Esos momentos en los que uno conecta con personas que nunca conoció en su vida son muy especiales. Personas que me contaban su historia con una confianza como si nos conocieramos hace años, que parecía que nos conocíamos desde siempre porque algo nos unía más allá de las fronteras: la convicción de que la educación es la clave para romper con las desigualdades de origen.

A esos recuerdos los atesoro mucho, son muy valiosos para mí, por compartir, por conectar con otras personas de diversas partes del mundo, conectar humanamente, y siento mucha humildad y gratitud porque hayan decidido compartir sus historias conmigo. Ese momento también fue un momento bisagra para mí porque me permitió entender que cada vez que contaba mi historia estaba contando la de millones. Esto iba muchísimo más allá que yo, que la historia de mi familia, esto era mucho más grande. Se trataba de visibilizar la desigualdad de origen, de no tener la oportunidad de decidir, de no poder acceder a la educación sólo por donde nacimos o el nivel socioeconómico de nuestras familias. Esto se trataba de contar la historia de millones.

Nunca sabes quién te está escuchando, a quién estás inspirando con tus acciones, con tus palabras. Nunca sabes quién puede sentirse identificado con lo que te pasó, con tu historia, con tu lucha. Por eso es importante alzar la voz, que nadie te diga que por ser muy joven te falta experiencia o que no tenés algo importante para decir. Nuestra voz es poderosa, movilizadora, inspiradora y tiene el poder de cambiar la realidad. 

Tené fe en tu historia porque, así como me pasó a mi, estoy segura que tu voz, tu historia, es la de millones también.

Naciones Unidas, Cumbre sobre la Transformación de la Educación, Septiembre de 2022.

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